El Papa Juan Pablo II, en su segundo viaje a Francia, visitó por dos veces la capilla de la Rue de Bac, 140, en París. ¿Por qué? Porque en ella se apareció la Santísima Virgen en 1830: veinticuatro años antes de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción y veintiocho antes de las apariciones de Lourdes.
UNA MEDALLA FAMOSA
Aunque la capilla de la Medalla Milagrosa está en París, esta advocación de la Santísima Virgen está extendida por todo el mundo gracias a la medalla que la Virgen mandó acuñar. Es una medalla que en poco tiempo se hizo popular y que, con su uso devoto, obtuvo tantos favores y bendiciones de Dios, que la gente la acabó llamando la “Medalla Milagrosa”. Se trata de una medalla ovalada que tiene en el anverso una imagen de la Inmaculada con unos rayos de luz que salen de sus manos. Ella está aplastando la cabeza de una serpiente, que rastrea por encima de la bola del mundo. Alrededor de ella, se leen estas palabras: “iOh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!” Son una petición a la Virgen y una declaración celestial de que Ella fue concebida sin mancha de pecado original. Cuando a Bernadeta de Lourdes le preguntaron cómo era la Señora que había visto en la cueva, ella contestó que era “la de la Medalla”, que ella misma llevaba colgada de su cuello.
En el reverso de la medalla hay una gran M, anagrama de María, coronada por una cruz: debajo se ven los dos corazones de Jesús y María. Envolviendo el conjunto, hay una corona de doce estrellas (tal como en el Apocalipsis, el último libro de la Biblia) y aparece la Virgen aureolada.
VIRGEN MADRE
En la noche del 18 al 19 de julio de 1830, Catalina Labouré, una novicia de veinticuatro años, nacida en la Borgoña, de una familia de labradores acomodados, fue despertada por la voz de un niño de cinco años que le invitó a seguirle hasta la capilla del convento, de las Hijas de la Caridad. La Virgen acudió allí y se sentó en el sillón que usaba el sacerdote en sus pláticas a la comunidad.
Catalina se arrodilló a los pies de la Virgen y apoyó sus manos sobre las rodillas de ésta. La Virgen le habló de las calamidades que pronto caerían sobre Francia y sobre todo el mundo: el trono sería derrocado; el arzobispo de París, fusilado; la cruz pisoteada, y la sangre correría por las calles. María aconsejó a la santa que acudiese siempre a los pies del Sagrario, donde encontraría fuerza y consuelo en la tribulación. Y añadió: “Hija mía, Dios quiere encargarte una misión. Será causa de muchas penas (su confesor tardó mucho en hacerle caso), pero te sobrepondrás pensando que lo haces por la gloria de Dios.”
Viendo a Catalina Labouré a los pies de la Virgen Madre, que la acoge con cariño filial y la prepara para las dificultades futuras, vemos con cuánta confianza y abandono debemos recurrir siempre a la Madre de Dios, que Jesucristo nos entregó en la Cruz como Madre Nuestra.
SEGUNDA APARICIÓN
El 27 de noviembre del mismo año, la Virgen se aparece de nuevo a santa Catalina y le da a conocer la misión que le había sido anunciada. La Virgen viste de blanco y sus manos, a la altura del corazón, sostienen un globo dorado coronado por una cruz. “El globo -dijo María- es símbolo del mundo y de cada persona en particular.” Esta representación de la Virgen ha recibido varios nombres: “Virgen Poderosa”, “Reina del universo”, “Reina de las Misiones” y “Reina del Mundo”.
Seguidamente, dejando caer sus brazos hacia el suelo, en actitud de benévola conmiseración, las manos de la Virgen se llenaron de anillos resplandecientes y de piedras preciosas, envolviendo en resplandores la tierra puesta bajo sus pies. “Estos rayos -prosiguió María- son símbolo de las gracias que concedo a cuantos me las piden. Alrededor de la Virgen, se leían, escritas en oro, las palabras que hemos reproducido más arriba.
Volviose la Virgen y apareció como el reverso de la medalla: una letra M entrelazada con una cruz, los corazones divinos y las doce estrellas.
Cuando el P. Aladel escuchó las palabras de su dirigida, la novicia Catalina, no le creyó; pensó que se trataba de una imaginación de la joven novicia. Pero, después de que aquella insistiera, mantuvo una entrevista con el arzobispo de París, monseñor de Quelen. Éste, al no encontrar en todo ello nada que se opusiera a la fe, autorizó la acuñación de la medalla. En mayo de 1832 se distribuyeron las primeras. Y muy pronto se habló de múltiples curaciones y conversiones. Dicha medalla se convirtió en un signo de renovación mariana y evangélica.
RIQUEZA DOCTRINAL
La Medalla Milagrosa encierra toda la riqueza de María. La Virgen, aplastando la cabeza de la serpiente infernal y aureolada de aquellas letras de oro, aparece como Inmaculada. Los rayos que salen de los anillos de sus dedos, nos dicen que es Virgen poderosa y medianera de todas las gracias que Dios manda al mundo por medio de Ella. La M, junto a la Cruz, nos manifiesta que es Corredentora. Los dos Corazones son, además del símbolo del amor de Cristo por los hombres y del de su Madre, hecha Madre nuestra, el resumen de la devoción los Sagrados Corazones. Finalmente, las doce estrellas que la rodean, nos enseñan que Ella es Reina.
LA BANDERA DE EUROPA
El Consejo de Europa convocó en 1950 un concurso para diseñar su bandera común. El artista Arsène Heitz, de Estrasburgo, que estaba leyendo la historia de las apariciones de la Rue de Bac, en París, se sintió inspirado a utilizar los símbolos de la corona de doce estrellas (Ap 12,1) y el fondo azul, con los que se representa el misterio de la Purísima Concepción. Esta bandera fue aprobada por el Consejo el día de la Inmaculada de 1955.
La Virgen se adelantó pues, bastantes años, a la idea del Santo Padre acerca de la recristianización de Europa y, por extensión, también de América, que recibió, hace cinco siglos. la fe cristiana que llevaron los emigrantes europeos.
ORACIÓN PARA LA RECRISTIANIZACIÓN DE EUROPA Y AMÉRICA
¡Reina del mundo, María de la Medalla Milagrosa! Tú, que eres Madre de Dios y Madre Nuestra, Virgen Poderosa e Inmaculada, envía tus rayos de luz y de gracia sobre el continente europeo y el americano, para que, reviviendo la fe de Cristo, tengan un nuevo despertar religioso y vuelvan a las raíces cristianas de su cultura.
Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
V. ¡Oh María, sin pecado concebida!
R. ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos! (Tres veces)